jueves, 2 de febrero de 2006

Eterna juventud


Eran otros tiempos.

Vino y rosas.

Era época de maldecir
el bienestar que disfrutábamos.


Nada más triste,
que nuestra derrota, una vez más,
ante los mismos ojos
pero distinto nombre.

Que alegría malgastabamos
en perder la fe en la vida
amándola, no obstante,
rabiosamente.

Era la fe del maldito
la que nos empujaba cada noche al frenesí.

Era el tiempo del vómito y la risa,
de los besos con sabor a tabaco,
perfume y alcohol.

Debimos morir entonces.
El después no es divertido
y hoy la fiesta se la venden a otros.

Eran otros tiempos.

La nostalgia de hoy es la misma
que la teníamos entonces de ayer.

Cometimos el error, otra vez,
de pensar que tras nuestra noche
no podía haber más noches.

Nos engañaron.

Nos engañamos.

Os engañaremos.

El paraíso de ruinas que quedó después
no da sombra ni cobijo
ante el inclemente sol del tiempo.

¡Qué noches!
¡Qué mujeres!
¡Qué inconsciencia!

Benditas ellas.


Los tiempos de ahora
son como los de entonces
pero sin nosotros.

Los de hoy no somos nosotros
pero construyen las mismas ruinas.


No debemos avisarles.

Ya sabemos la respuesta,
puesto que fue la nuestra
y antes la de otros.