miércoles, 30 de noviembre de 2005

Certeza del vacío


Patíbulo sonriente del maldito
a ti consagro mi fracaso,
este descenso infinito hacia el dolor,
el final prometido y prometeico.
Sueño del ignoto blasfemante
que tras Dios intuye al hombre,
ciencia ciega y enlutada
que niega la fe en la silaba rotunda
en la voluntad firme
de estas furiosa raza.
Me aferro en la caida al silencio,
a la certeza del vacío,
a las mentiras que me convencieron
de no mentirme nunca.
¿Cómo rendirse?
¿Qué victoria he rechazado al besarte?

No merece disfrutarse

Mediré mi perdida
en tus lágrimas
y mi triunfo
en tu egoismo.
La paz que te concedo
no merece disfrutarse.

lunes, 28 de noviembre de 2005

Has debido robarme el alma

Has debido robarme el alma
porque siento el hueco en las entrañas.
¿Cómo me rindo ahora?
¿De que color visto mis patrañas?.
Otra vez la lucha y la herida,
otra vez las palabras extrañas.
Ojala se te hubiera tragado la noche
con sus rotundas caricias
con sus suaves patadas.

Bellos sueños

Nace la noche, sin querer,
otra vez en mis sueños.
Ha tejido delirio en las paredes
y sombra y locura.
No existe, lo que no veo
otra vez mueren
los bellos sueños...

Dicen

Dicen que no tiene alma
que se la robó una dama
de piel oscura y ojos que matan.
Dicen que no se cansa
de regalarle a la noche una sonrisa
mucho derroche y besos sin prisa.
Dicen que va de barra en barra
pidiendo fiado un beso robado.
Dicen que canta canciones
que vende razones
aunque no las compartas.
Dicen que se aferra a una estrella
la luna llena hoy tiene resaca.
Dicen que va por la calle
caminando de espaldas
porque asegura que ha visto
seguirle a las hadas.
Dicen que anda pidiendo
un botón más para tu blusa
porque tu escote despista sus musas.
Dicen que ha levantado un altar a tu mirada
pues está convencido de que por encima de ella
ni Dios ni nada.

domingo, 27 de noviembre de 2005

Dejame acariciarte...

Dejame acariciarte,
no importa la distancia.
Esta noche no es nuestra,
tal vez tampoco el alba
pero tus besos invisibles
aun acarician mi cara.
¡Despertad musas!
ha vuelto el redentor.
Que fantástica derrota
morir y no sangrar
llorar y no gritar.
Que rabia más callada,
que dolor más conformista
que con verte se deshace
y no pide ya más nada.

sábado, 19 de noviembre de 2005

El ruido

Llegue a la habitación agotado. Tras dejar la cazadora sobre una silla, miré de reojo el reloj de la mesilla que marcaba las 4 y 32 de la noche. Tomé un vaso de leche fría y encendí un cigarro mientras miraba por la ventana. Nada nuevo bajo las farolas.
Esquivando los golpes del silencio y del aburrimiento, recorrí la distancia que me separaba de la cama y me tumbé al tiempo que me quitaba los zapatos con los propios pies.
Cerré los ojos, buscando el sueño. Un sueño. El que sea.
De repente lo oí. Ese maldito ruido al otro lado de la habitación. Ese molesto estruendo que traspasaba mi cerebro como una bala.
La nausea que me provocaba tal sonido me inmovilizaba. Me fijaba a las sabanas como los clavos a un ataúd. Era horrible.
Me di la vuelta y traté de amortiguar el ruido colocando mi cabeza bajo la almohada. Inútil. Todo inútil. Las ondas sonoras de aquella detonación constante y sin tregua traspasaban todos los muros. Era una fuerza imparable que a buen seguro recorría toda la ciudad. Era la razón de que los perros ladrasen sin aparente motivo por las noches. La voz de la conciencia del esquizofrénico. Era la gota que colma el vaso de la neurosis. La excusa para salir corriendo del cobarde. El argumento que alimenta el insomnio del culpable.
No pude aguantar más. Me levanté, me dirigí al baño y cerré el maldito grifo.
El goteo cesó. Los perros dejaron de ladrar. El esquizofrénico dejó de oír voces y su neurosis no rebosó. El cobarde siguió siendo cobarde pero aguantó el tipo. El culpable por fin durmió y yo con él.

Retrato nocturno

Aún no sé su nombre. Es casi seguro que nunca lo sabré. La conocí en un bar de barrio de la periferia de la ciudad. Era un local de pésimo gusto y peor vino. Iba allí por que su decadencia me gustaba, tal vez porque me recordaba un poco a la mía.
Ella entró con no sé que estúpida y bendita razón, y habló un segundo con el camarero. Después, me miró y me pidió fuego. Era el ser más maravilloso que había visto jamás, y es raro porque a mí no me gustan las pelirrojas. – No fumo – dije mientras maldecía mentalmente mi buena salud. – Mejor – añadió ella – así yo tampoco.
Comenzamos a hablar. Le hablé de mi vocación de pintor y de mi maldición de contable en una empresa de papelería. Ella me miraba, con ese tipo de ojos que se merecen el poema más cursi pero también el más bello del mundo y adornaba mis frases con constantes gestos de interés, de sorpresa, de alegría, de complacencia.
El camino hasta mi casa, lo recuerdo vagamente. El camino de la puerta a mi cama, no lo quiero detallar y el camino de su lengua por mi cuerpo, no lo puedo contar.
A media noche me desperté. La quité un cigarro del bolso y me dirigí a la ventana para encenderlo mientras miraba la calle desierta. - La ocasión lo merece – pensé – ¿qué es un buen polvo sin el cigarro de después? -.
La miré tumbada en mi cama, tan dormida, tan desnuda. Con esa postura tan insultantemente sensual.
Comencé a dibujarla, a lápiz normal y detrás de una vieja factura de la oficina. No podía perder tiempo en buscar nada mejor, tal vez cambiase de postura y el momento se perdería.
Cuando acabé guardé el boceto en la carpeta donde guardo los dibujos que no pienso retocar y volví a la cama. La abracé y me dormí.
A la mañana siguiente, la lluvia golpeaba los cristales de la habitación. Yo yacía solo abrazado a la almohada.
Me levante buscando con la mirada su presencia, aunque sabía de sobra que se había marchado. Tomé la carpeta y saqué el dibujo de la noche anterior, y he aquí mi sorpresa cuando descubrí que lo que esa misma factura contenía en su reverso, no era su imagen sino la mía tumbado desnudo en mi cama y durmiendo plácidamente.

viernes, 11 de noviembre de 2005

Confusionismo


Basta de certezas henchidas de si mismas,
no merecemos el resplandor de lo inmutable.
La inmersión en las estrellas
ha de hacer salta por los aires lo apolíneo,
su precipitación sublime hacia la nada.
Amamos el orden sin jerarquías,
esa ciencia ilógica que es la vida,
la verdad que empieza en el principio de incertidumbre.
Queremos lo inexplicable como apoyo para mover el mundo,
destilar la duda final, no meridiana,
el exceso de la calma es nuestra sabiduría.
Rozaremos al caer, con nuestras alas de cera derretidas,
el trono que la razón nos negó con incuestionables argumentos
y en el espacio infinito de nuestra duda
levantaremos un gran cero como sumatorio de todo.
No somos dueños de nuestra piel,
ni de los rayos de sol que la acarician
nuestro patrimonio es más modesto
tan sólo la certeza de un mañana que esperamos ansiosos
para recibirlo con desdén.