sábado, 25 de marzo de 2006

Heroismo y estupidez

La aventura de la vida exige morir mil veces
y oscilar incierto entre el heroismo y la estupidez.
Contar los pasos que me separan del plenilunio,
acariciar la marea del asfalto que me rodea
y no sucumbir a las dádivas sirénicas del mundo de neón.
El salto que nos ofrecen, entre risas,
hacia el abismo del sofá de eskay
y la embrutecida cultura de la ambición.
Eso no es para mi.
No debería serlo.
No quiero que lo sea.

Isabel

Isabel viajaba en el metro (línea 5) con su marioneta;
mencionó a Kant, a Descartes, a Socrates...
Media hora hablé on su hombre de madera e hilos,
apenas dos minutos con ella,
pero fue suficiente para que perdiera su parada.
¿Volveré a verlos?
A quien corresponda lo quiera.

Lineas de fuego

No conozco a Catulo.
Que nombre más extraño
que hombre más extraño.

Necesito escribir sobre la muerte para estar vivo.

¿Dónde está mi tiro?

Estado de inconsciencia
en este golpe de estado de inconsciencia.

Sniff...

Resuenan disparos en el baño.

¡Déjame pasar, quiero escribir con tiza en mi nariz!

No importa; nadie leerá nunca estas líneas de fuego.

No entiendo esa expresión que usas cuando dices
morir en el desvarío.

Progreso


La poesía sutìl,
fina seda de los verbos,
murió aplastada por el tren de la línea 1.
Subway.
¿Oyes el hit-hat arrítmico de las bolsas del supermercado?

Ya no hay aventura en la palabra;
nadie la ama.

Sólo escucho ya el latir nauseamundo
de lo que quieren llamar progreso:
Tic, tac.
Tuerca, llave,
tuerca, llave.
Tic, tac,
tic, tac.