sábado, 19 de noviembre de 2005

Retrato nocturno

Aún no sé su nombre. Es casi seguro que nunca lo sabré. La conocí en un bar de barrio de la periferia de la ciudad. Era un local de pésimo gusto y peor vino. Iba allí por que su decadencia me gustaba, tal vez porque me recordaba un poco a la mía.
Ella entró con no sé que estúpida y bendita razón, y habló un segundo con el camarero. Después, me miró y me pidió fuego. Era el ser más maravilloso que había visto jamás, y es raro porque a mí no me gustan las pelirrojas. – No fumo – dije mientras maldecía mentalmente mi buena salud. – Mejor – añadió ella – así yo tampoco.
Comenzamos a hablar. Le hablé de mi vocación de pintor y de mi maldición de contable en una empresa de papelería. Ella me miraba, con ese tipo de ojos que se merecen el poema más cursi pero también el más bello del mundo y adornaba mis frases con constantes gestos de interés, de sorpresa, de alegría, de complacencia.
El camino hasta mi casa, lo recuerdo vagamente. El camino de la puerta a mi cama, no lo quiero detallar y el camino de su lengua por mi cuerpo, no lo puedo contar.
A media noche me desperté. La quité un cigarro del bolso y me dirigí a la ventana para encenderlo mientras miraba la calle desierta. - La ocasión lo merece – pensé – ¿qué es un buen polvo sin el cigarro de después? -.
La miré tumbada en mi cama, tan dormida, tan desnuda. Con esa postura tan insultantemente sensual.
Comencé a dibujarla, a lápiz normal y detrás de una vieja factura de la oficina. No podía perder tiempo en buscar nada mejor, tal vez cambiase de postura y el momento se perdería.
Cuando acabé guardé el boceto en la carpeta donde guardo los dibujos que no pienso retocar y volví a la cama. La abracé y me dormí.
A la mañana siguiente, la lluvia golpeaba los cristales de la habitación. Yo yacía solo abrazado a la almohada.
Me levante buscando con la mirada su presencia, aunque sabía de sobra que se había marchado. Tomé la carpeta y saqué el dibujo de la noche anterior, y he aquí mi sorpresa cuando descubrí que lo que esa misma factura contenía en su reverso, no era su imagen sino la mía tumbado desnudo en mi cama y durmiendo plácidamente.

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